Reforma política: un corralito

Ocho años después de 2001, el kirchnerismo quiere imponer su propio corralito, en este caso de carácter político. La “reforma” anunciada por los Kirchner pretende, con el argumento de remediar la fragmentación política de oficialistas y opositores, producir una polarización en la segunda vuelta en 2011. Va por una nueva reconstrucción del Estado.

Después del 28 de junio, los Kirchner pudieron a duras penas impedir las deserciones políticas de gobernadores e intendentes. Con la reforma política, los candidatos deberán ser electos a través de una interna abierta, simultánea, con elevados requisitos de votantes. Por caso, la primaria presidencial de un partido o de una alianza debería recoger no menos de medio millón de votos. Naturalmente, la interna beneficia a los grandes aparatos políticos. El primer propósito del kirchnerismo es obligar a las facciones peronistas de los gobiernos provinciales o municipales a quedarse dentro del redil oficialista. Si los Duhalde, Solá o Reutemann quisieran saltar el cerco, tendrán que conformar un aparato propio. La reforma también impediría a los gobernadores reelegirse por fuera de su partido “original”, o sea el PJ kirchnerista. El corralito afectaría, en este caso, a los Urtubey, Capitanich o Reutemann, que se han insinuado para suceder a los K.

Con la reforma, el gobierno también arrojó una piedra al río revuelto de la oposición. Por un lado beneficia a la UCR, el único aparato opositor que cumpliría cómodamente con el piso de votantes exigidos en las primarias. Pero, al mismo tiempo, enfrenta a los radicales con sus aliados menores (Carrió), sin los cuales no podrían aspirar a derrotar el peronismo. La reforma también empuja a Cobos a regresar a la UCR, lo que el vicepresidente ya anunció. Desde ahí, trataría de negociar con De Narváez o Macri en la segunda vuelta. Nadie cree que ganará la primera vuelta; según los sondeos sacarían alrededor del 30%.

Los opositores resolvieron no concurrir al acto de lanzamiento de la “reforma”. Pero el desplante no va a quitarle el sueño a los Kirchner; la UCR está negociando con el gobierno la letra chica de la nueva ley. Por su parte, el sojero Binner ya anunció el apoyo del bloque socialista al engendro oficial.

El tiro ¿por la culata?

El resurgido Duhalde anunció que va por un millón y medio de afiliaciones para su “Confederación peronista bonaerense”. Ello le permitiría postularse a presidente por cuerda separada o, alternativamente, disputarle a Kirchner la “primaria” dentro del PJ oficial. Pero dos de los caciques del conurbano, Pereyra (Varela) y Mussi (Berazategui), acaban de presentar otra “reforma”, en este caso a la ley bonaerense de municipios, para que las elecciones comunales puedan separarse de las provinciales o nacionales. Así, los intendentes ganarían libertad para negociar sus apoyos, en las primarias o en la general, a uno u otro candidato.

Se vuelve a dar el distanciamiento entre los intendentes y el matrimonio que se reflejó en las urnas el 28 de junio.

Por su parte, Moyano ha conchabado a Pérsico y D’Elía para su “movimiento peronista”, con el que aspira a terciar en la disputa por la caja social del Estado y su participación en la interna del PJ.
El corralito de la reforma podría terminar agravando el desbande oficial.

Proscripción

La reforma también apunta a proscribir la presentación electoral de los partidos de izquierda.

En las pasadas elecciones de junio, el Partido Obrero obtuvo votaciones significativas en numerosos distritos, como Salta, Santa Cruz, Catamarca, el cordón industrial de San Lorenzo o Río Negro, pero está lejos del piso que la reforma K exige a nivel nacional. La reforma quiere empujar a los votantes de la izquierda y a los trabajadores dentro del corralito de las alternativas políticas capitalistas.

Tenemos que integrar la denuncia de esta reforma reaccionaria a la agenda integral de lucha contra la crisis capitalista. Defendamos el derecho a la organización política independiente de los trabajadores, para ejercer sin proscripciones la lucha contra el régimen social del tarifazo, el congelamiento salarial, los despidos y la flexibilidad laboral.

Marcelo Ramal

MÁS QUE NUNCA

Que la crisis la paguen los capitalistas

Lo peor de la crisis pasó”, repiten al unísono los voceros oficiales.

No pueden decir lo mismo los 400.000 compañeros que fueron despedidos en el último año.

Tampoco los que no llegan a la “canasta de pobreza” (1.600 pesos), que son el 40% de los argentinos.

Pero los que dan por fenecida la crisis se engañan a sí mismos.

La feroz competencia entre los pulpos para ver quién sobrevive se está dirimiendo con despidos, paritarias suspendidas y ritmos más intensos de trabajo.

Las cajas del Estado han sido vaciadas, precisamente, para pagar la deuda pública y para salvar a esos monopolios en crisis.

¡Hasta la General Motors fue subsidiada con los fondos de la Anses!

Ahora, quieren enjugar la quiebra fiscal con impuestazos y nuevos ajustes a la educación y la salud.

Pero, también, endeudando al país en condiciones de usura.

Para que el presupuesto 2010 banque a los nuevos y viejos usureros, tendremos que afrontar mayores tarifazos.

En cambio, no van a gravar al gran capital inmobiliario o terrateniente, que paga impuestos sesenta veces inferiores a lo que valen sus propiedades.

A pesar del gigantesco sacrificio que quieren imponerle al pueblo, la recuperación que pregonan no pasa de una nueva bicicleta financiera, que volará por los aires como todas las que la precedieron.

Para los pulpos y su Estado, la salida de la crisis es una excusa para la liquidación de los convenios, despidos sin costo, paritarias y sueldos congelados.

Más que nunca: ¡Que la crisis la paguen los capitalistas!

Prohibición de despidos y suspensiones. Reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario.

Salario igual a la canasta familiar, hoy en los 4.400 pesos. 82% móvil para los jubilados. Que se reabran las paritarias.

Subsidio al desocupado equivalente al 82% de la canasta familiar.

Que la protección social se financie con impuestos al capital, no liquidando planes sociales ni con aumentos impositivos a los consumidores.

¡Abajo el ajustazo a los maestros y a la salud!

Impuestos progresivos al gran capital agrario e inmobiliario, de acuerdo con la valuación de mercado de sus propiedades.

Los maestros de la Capital y de Buenos Aires; los luchadores de la salud de Tucumán y Río Negro, los docentes y municipales de Córdoba; los obreros de Kraft y del Subte, de Mahle y tantas otras nos están diciendo quién tiene que pagar la crisis.

Aportes a la Conferencia Sindical que convoca el Partido Obrero

El próximo 14 de noviembre tendrá lugar una conferencia sindical convocada por el Partido Obrero, en la que participarán delegados e invitados de todas las provincias y de todas las concentraciones industriales de Argentina. En sus objetivos figura encarar las campañas que reclama la situación actual de la crisis capitalista y de las luchas, pero su objetivo de fondo es desarrollar una discusión sobre la estrategia de los luchadores sindicales. El texto que se va a leer es un borrador. En lo esencial, pretende caracterizar el presente histórico del movimiento obrero en Argentina y determinar una política y una táctica adecuadas a esta situación. Cuando más agudas y apremiantes son las luchas en curso, más resulta necesario caracterizar la situación de conjunto.

1. El movimiento sindical atraviesa una etapa de transición política. De un lado, la vieja burocracia sindical, ahora con el ropaje del moyanismo y de una CTA en parte kirchnerizada, asiste a una crisis irreversible. Del otro lado, se desarrolla de nuevo un movimiento clasista en los sindicatos, que tiene su origen en la emergencia del Cuerpo de Delegados del Subte, que arranca de antes del argentinazo, y la conquista de la jornada de seis horas, y en varias ocupaciones de fábrica contra el vaciamiento de empresas. La tarea que tiene por delante la nueva generación de luchadores es completar esta transición política para reestructurar al movimiento sindical sobre una base clasista.

La historia del movimiento obrero de Argentina ha estado marcada por sucesivas etapas de transición. No se trata aquí de mencionar a todas o a las más importantes, sino demostrar el esquematismo que confina al movimiento obrero a un largísimo período de inmovilismo político dominado por la burocracia sindical integrada al Estado y ligada al peronismo. En los últimos treinta años, el movimiento obrero ha conocido las siguientes etapas:

a) De un lado, la reestructuración de la CGT bajo la figura de Ubaldini, que arranca desde mucho antes de la retirada de la dictadura y que anticipa esa caída; del otro, el desarrollo de una tendencia parcialmente independiente de la burocracia sindical, que se manifestará, por sobre todo, en el ingreso de la corriente clasista de la Naranja, como tendencia autónoma, en la dirección Sindicato Gráfico; en la expulsión de West Ocampo del sindicato de la sanidad de la Capital; en el desarrollo de fuertes corrientes “naranjas” en la Uocra y en el surgimiento de una nueva dirección en la seccional de Neuquén, y en el cambio de dirección en Ctera (que pasa al control de la actual Lista Celeste). Esta etapa se cierra, en parte, con la derrota de la gran huelga indefinidida de docentes, en 1988, y con la capitulación de la nueva dirección de Sanidad ante la burocracia. Esta transición ingresa en una crisis profunda con la reestructuración que impulsa el gobierno de Menem en la dirección de la economía y de la política, concretamente, las privatizaciones y la convertibilidad. Este giro demuestra dos cosas: uno, que la transición política en los sindicatos se encuentra condicionada en forma estrecha con la evolución general de la crisis política en el país; dos, que el seguidismo político a la burguesía nacional y al peronismo, por parte del llamado progresismo sindical, ofreció un instrumento político para someter al movimiento obrero desde el Estado. Estas lecciones destruyen desde la raíz la tesis que sostiene la posibilidad de desarrollar un movimiento sindical clasista ligado a la burguesía nacional o incluso políticamente neutral;

b) El reordenamiento de las relaciones sociales que establece el menemismo inaugura una nueva transición sindical. De un lado, se establece una CGT ligada a las privatizaciones y a la defensa de la flexibilidad laboral, mientras del otro lado se desarrolla una oposición que tendrá a la cabeza un frente formado por el MTA (Moyano), la CTA (De Gennaro) y la CCC (el Perro Santillán). En este período, el clasismo se encuentra aislado y juega como segundo violín de las iniciativas del frente sindical de oposición a la burocracia de los ‘gordos’ de la CGT. El frente opositor se sumó al recambio político que impulsaba la burguesía afectada por la política menemista; este recambio se concretará con la victoria de la Alianza, en 1999.

Esta etapa se cierra enseguida después de la victoria de la Alianza con la movilización que convoca Moyano en febrero de 2000. Se rompe de este modo el frente de las direcciones opositoras, ruptura que es definitiva a partir de diciembre de 2001.

El período del gobierno de la Alianza puso de manifiesto los límites insalvables de la CTA, que opera como correa de transmisión del gobierno de turno, y que se manifestará en forma grosera en la oposición de sus dirigentes al levantamiento popular de 2001. El planteo de la CTA (pluralismo de centrales sindicales y sindicatos, y organización policlasista con la incorporación de las pymes y los sectores del capital agrario de la FAA a la central sindical) se agota en esta etapa como consecuencia de su responsabilidad en el gobierno de la Alianza.
En la actualidad, la burocracia de la CTA pretende obtener su reconocimiento gremial actuando como comparsa del kirchnerismo.

2. La transición actual está marcada por fenómenos diversos. Desde antes de la crisis de 2001 se produce la unificación nacional del movimiento piquetero, en el cual convergen numerosas organizaciones políticas y distintas expresiones de base del movimiento obrero. Por su militancia enérgica, el movimiento piquetero será, durante un período importante, el auxiliar principal de las manifestaciones de luchas de clases en las empresas y los sindicatos, como ocurre en el Subte y en las numerosas fábricas que enfrentan los despidos mediante la ocupación de las instalaciones. La combatividad que manifiestan los primeros núcleos sindicales que se desarrollan al margen de la burocracia reconoce la influencia del movimiento piquetero. En una primera fase de la crisis abierta en 2001, la burocracia sindical se mueve a la deriva. Con el ascenso de Kirchner encuentra un nuevo eje político: el gobierno K, su planteo de protección de la burguesía industrial mediante una moneda devaluada y, como moneda de cambio, la convocatoria de las paritarias y la modificación de unas pocas leyes laborales del menemismo (pero preservando la reforma laboral Banelco, que establece los convenios articulados y reglamenta la flexibilidad laboral). La reconstrucción del Estado que emprende el kirchnerismo habilita al moyanismo a: uno, tomar bajo su dirección a la CGT; dos, impulsar las movilizaciones de reencuadramiento sindical para plantear la nivelación hacia arriba de los convenios de trabajo. Esta acción le permite lanzar una ofensiva limitada contra la burocracia de los ‘gordos’ y el manejo de las cajas sociales. El frente moyano-kirchnerista se da a sí mismo un tono populista para clausurar el desarrollo piquetero, mediante la cooptación, y para contener las tendencias de izquierda en el movimiento obrero.

Agotamiento del kirchnerismo y crisis mundial

3. La transición política que se plantea ahora en el movimiento obrero es un resultado de factores concurrentes. Pero tienen una misma matriz política: el veloz agotamiento del kirchnerismo. De nuevo: el proceso sindical se encuentra condicionado por factores sociales y políticos de conjunto; esto no se debe perder nunca de vista. El kirchnerismo consolida la pérdida de poder adquisitivo del salario generada por la crisis de 2001. Con la inflación y la crisis mundial, el poder adquisitivo de los obreros sindicalizados ha vuelto a caer, mientras tienen lugar despidos masivos y suspensiones, en especial entre compañeros contratados. El agotamiento del periodo kirchnerista se manifiesta, en lo relativo a los sindicatos, en la suspensión de las paritarias, lo cual implica una ruptura del equilibrio inestable entre el Estado y las patronales, de un lado, y los sindicatos, del otro. Otra manifestación de la quiebra de este equilibrio es la impotencia oficial frente al vaciamiento patronal, como se ve en Massuh, Mahle, Civec y hasta en Paraná Metal, y en la crisis que sufren las gestiones de las empresas recuperadas existentes.

La crisis capitalista mundial abarca un extenso período, que cubre varias etapas –desde antes de la década del ’70. Todas las crisis nacionales fueron detonadas por tal o cual fase de la crisis mundial. La bancarrota capitalista que se desarrolla desde mediados de 2007 no es, por lo tanto, la interrupción de un proceso de estabilidad. La condición social de las masas sigue una curva descendente, zigzagueante en el tiempo y desigual según las categorías de trabajadores, desde hace cuarenta años. En el momento actual, a la ola de despidos determinada por la recesión industrial, la acompañan fuertes reestructuraciones laborales. La tendencia a salir de la crisis pasa por una acentuacón de la presión de las patronales. El mejor ejemplo son los planes de Kraft para sustituir los tres turnos por el turno americano de dos y su continuo desconocimiento de las categorías. Exactamente los métodos a los que se atribuyen la ola de suicidios en France Telecom.

La bancarrota capitalista priva de márgenes de maniobra a la burocracia sindical, la cual en todo el mundo, sin excepción, se ha adaptado a los planes de rescate de los capitalistas por parte del Estado. Su línea general es aceptar los despidos de contratados; apelar al seguro al parado; financiar las suspensiones con recursos estatales. Para la burocracia, aparentemente, la crisis sería de corta duración por obra de la intervención del Estado. Pero pretende desconocer que la recuperación está condicionada a una enorme reestructuración laboral contra el proletariado. El inmovilismo de las burocracias sindicales está produciendo, como consecuencia, estallidos parciales y localizados de numerosos contingentes de trabajadores en la mayor parte de los países y una crítica cada vez mayor a la burocracia. La crisis fiscal que provoca la bancarrota capitalista y las operaciones de rescate se comienza a manifestar en despidos de trabajadores del Estado y en huelgas generales de este sector. La transición en los sindicatos se manifiesta en todo el mundo de un modo vacilante e irregular, pero en muchos de ellos (Argentina, Brasil, México o Corea del Sur y hasta China) es una tendencia que pugna por abrirse paso.

Una nueva dirección

La culminación del tránsito político en cuestión consiste en la expulsión de la caduca burocracia sindical y en el desarrollo de una dirección revolucionaria. Este fue el planteo de los años ’70, cuando la tendencia clasista adquirió su mayor vigor. La transición no se completó debido a diversas limitaciones políticas y fue liquidada por la feroz derrota propinada por la dictadura militar. Hay que destacar que para poner fin a esa transición fue necesaria una modificación feroz del conjunto de las condiciones políticas. No fue contenida ‘pacíficamente’ por parte de la burocracia sindical (que, por otra parte, tuvo que aliarse a la Triple A) ni del movimiento peronista. En la situación actual, a diferencia de los ’70, ninguna de las corrientes que actúa en el movimiento obrero plantea el objetivo de una nueva dirección, de carácter clasista, lo cual es la expresión de una adaptación al marco democrático. Las distintas tendencias que se ubican en la izquierda del movimiento obrero, con excepción del Partido Obrero, plantean un desarrollo ligado a la CTA, a la cual le atribuyen un rol ‘protector’ (a pesar suyo) del crecimiento clasista. No es casual que esté ausente en la izquierda una caracterización de la transición sindical, o sea de sus tendencias agonizantes y de sus tendencias emergentes. La transición es un movimiento de negación de la situación existente. La transición expresa, por un lado, la disolución y descomposición del sindicalismo de colaboración de clases integrado al Estado y, por el otro, el desarrollo de una nueva perspectiva histórica en el movimiento obrero.

La CTA se encuentra integrada al Estado a igual título, aunque bajo formas diferentes, que la CGT. Desarrolla el colaboracionismo de clase en una forma incluso superior, pues sus estatutos prevén la integración de sectores autónomos, con la intención de neutralizar a los que se encuentran sindicalizados, o incluso a sectores que explotan trabajo asalariado. Desde el punto de visto político se ha asimilado a la burocracia de la CGT, pues forma parte del gobierno kirchnerista. La oposición interna al oficialismo en la CTA es muy variada, pero (a excepción del PO) es circunstancial, no de principios, pues no concibe a los sindicatos como escuela de la lucha de clases y de la revolución social. Al igual que en la CGT, están ausentes los planteos básicos de la democracia y autonomía sindicales: renovación y revocabilidad de mandatos; soberanía de las asambleas; plenarios de delegados con mandato; ruptura con el gobierno e independencia del Estado. No puede hacerse una distinción de principios entre las fracciones de Yasky y De Gennaro. En el conflicto agrario fueron apéndices de dos fracciones opuestas de la burguesía. La CTA ha fracasado en toda la línea como posibilidad alternativa; es, a todos los fines prácticos, un complemento de la burocracia de la CGT, con la cual comparte la dirección de varios sindicatos, por ejemplo, Foetra. El conflicto en Kraft no solamente la tuvo mirando desde la tribuna (mientras apoyaba, simultáneamente, otras acciones del gobierno), sino que puso de manifiesto su hostilidad a secundar, siquiera, una lucha que delimitó campos a nivel nacional. Esta descomunal incapacidad le salió por la culata, pues terminó en una ratificación de la negativa, de parte del gobierno, a concederle la personería sindical. Los supuestos protectores quedaron a la intemperie. Es consecuencia de su ilimitada cobardía política.

4. La transición política en el movimiento sindical tuvo en los últimos meses manifestaciones aleccionadoras. En el Subte, Kraft, Mahle, Massuh, Paraná Metal, Cive, Ingenio El Tabacal, los petroleros de Santa Cruz, docentes de Suteba. Recientemente, esta tendencia cobró un relieve extraordinario con la votación extraordinaria de la Lista Multicolor en las elecciones para Consejo en Suteba. Estos procesos, que la prensa devalúa como ‘internas’, son manifestaciones concretas de la tendencia a la disolución de la burocracia sindical y al desarrollo de un nuevo período político. En estos y otros miles de casos similares (papeleros, petroquímicos, varias seccionales metalúrgicas, mineros), la mediación de la burocracia (colaboración de clases) es quebrada por una tendencia de los trabajadores a reapropiarse de su organización.

Es una tendencia a la reorganización social y política sobre nuevas bases. Es por esto que esas movilizaciones evocan un movimiento de solidaridad abierto o difuso en las masas, e incluso crisis políticas. Al mismo tiempo, pone de manifiesto la crisis de la dominación política de la burguesía. Se ponen de manifiesto las contradicciones de la limitada democracia capitalista y de la conciliación de clases.

Otro aspecto de la disolución de la burocracia es su creciente implicación en corrupciones económicas que sacuden a la sociedad o su vinculación con actividades y con crímenes mafiosos. La mayor parte de la burocracia, incluida la de la CTA, se ha convertido en una casta semi-patronal o semi-capitalista.

La transición de la que estamos hablando está vinculada a una transición histórica más amplia, que la pone en perspectiva y determinada su contenido. Nos referimos a la bancarrota capitalista internacional y a la carga suplementaria que impone a las masas. Las reivindicaciones más elementales del período en curso (derecho al trabajo, ingreso mínimo igual al costo de la canasta familiar), así como aquellas que tienen que ver con las conquistas perdidas (recuperación de las ocho horas y del contrato laboral por tiempo indeterminado, control de los ritmos de producción, libertad de afiliación sindical); estas reivindicaciones son contradictorias y, en cierto punto, incompatibles, con el régimen capitalista; en todo caso requieren un despliegue de la acción directa de las masas. En estas condiciones, la transición sindical está presidida por un contenido anticapitalista. La crisis de conjunto del capitalismo pone en relieve el abismo que separa a las masas y al movimiento clasista de la burocracia sindical.

Programa y organización

5. La transición política en el movimiento obrero solamente puede ser completada a partir de un programa y por medio de una organización. Destacar de la forma más aguda su tendencia no debe hacernos pasar por alto su carácter embrionario. Esto significa que es necesario un sistemático trabajo de preparación, que puede verse apremiado por una aceleración del ritmo de la crisis y de la lucha entre las clases. Esta preparación necesita desarrollar las agrupaciones clasistas, por lo menos en los sindicatos principales. Significa un trabajo planificado para sortear las represiones de la patronal y de la burocracia; un trabajo de propaganda y formación política; la organización de la intervención en las luchas mediante la agitación y la organización. El llamado a formar movimientos nacionales, bajo la influencia de acontecimientos episódicos, está condenado al fracaso. Es necesaria una maduración política sobre la base de la lucha y de la organización.

Los nuevos movimientos sindicales no solamente existen como oposición en los sindicatos; tienen también expresiones dirigentes en distintos niveles, que han surgido con independencia de la CGT y de la CTA. Son los casos del Cuerpo de Delegados del Subte; de los ceramistas de Neuquén; de varias seccionales de Suteba; del nuevo cuerpo de delegados del Tabacal –más allá de esto, de numerosas internas en sindicatos como gráficos, papeleros, metalúrgicos, docentes, periodistas, no docentes, mineros, pintura, ferroviarios, televisión, telefónicos, docentes universitarios, neumáticos, carne, entre otros. No han nacido por la acción de ningún aparato, vieron la luz como consecuencia de la lucha. Su perspectiva objetiva apunta a expulsar a la burocracia de los sindicatos y organizar una dirección anticapitalista y revolucionaria. El planteo de contener estas expresiones parciales de nueva dirección en el campo de la CTA, para desarrollarse bajo su alero, equivale a su liquidación política. Este movimiento solamente puede desarrollarse por medio de la delimitación con la CTA, la cual es una burocracia que opera como una rueda auxiliar del Estado. Es necesario confrontar con el planteo ‘pluralista’ de la burocracia de la CTA, en primer lugar por medio de un programa, no escamotearlo. La crítica a la política de la CTA y la denuncia de su fracaso para ofrecer una alternativa a la burocracia de la CGT servirán para abrir un proceso de deliberación y debate. Esto significa que se convoque a un Congreso de bases de la CTA y de todos sus sindicatos, o sea un Congreso de delegados electos y con mandato. Con este planteo de Congreso de Bases, las nuevas direcciones clasistas podrían proponer un frente único a las corrientes combativas dentro de la oposición a la burocracia que existen, multivariadas, en la CTA. El planteo de una disolución dentro de la CTA está directamente ligado al abandono del planteo de una nueva dirección, de carácter clasista, del movimiento obrero.

Como se ha dicho, es necesario, en el próximo periodo, desarrollar las agrupaciones que ya existen o formar otras nuevas – por lo menos en los sindicatos principales– y, por lo tanto, desarrollar los instrumentos para su trabajo – en primer lugar los boletines o prensas sindicales– que en muchos casos deberán circular de mano en mano o en forma ‘clandestina’. En numerosos casos, estas agrupaciones se encuentran en relación con otras agrupaciones que también son críticas de la burocracia sindical, pero que actúan con otras bases y perspectivas políticas – como ya se señaló, la tendencia a la adaptación a la burocracia de la CTA y el retiro del planteo de una nueva dirección. En estos casos es necesario combatir el faccionalismo, que es siempre un factor desmoralizante en el trabajo sindical. La comprensión del carácter transicional de este período servirá para destacar los objetivos de conjunto del nuevo movimiento obrero y clarificar su política y sus métodos.


6. La conferencia sindical que convoca el Partido Obrero debe ser organizada minuciosamente, o sea con una discusión clara con todas las agrupaciones y activistas invitados, y preparada con reuniones e intercambios de opiniones, que se manifiesten en contribuciones y aportes al programa, desde todo origen. Entre los grandes temas, se apuntan: a) un programa de reivindicaciones frente a la crisis capitalista; b) una campaña para la reapertura de las paritarias con delegados electos; c) el destino de las fábricas recuperadas y la crítica a la autogestión bajo el capitalismo; d) el método de desarrollo de las agrupaciones sindicales; e) los métodos de una campaña nacional de apoyo a las luchas, como las que protagonizan el Subte, Kraft, Mahle y Paraná Metal, o el conflicto potencialmente explosivo de los pulpos del ramo con los trabajadores petroleros; y los métodos de una campaña por una huelga nacional de la CGT y de la CTA.

KIRCHNER, CARRIO, CASARETTO

Infelices los niños

La posible creación de una “asignación universal por hijo” volvió a ganar el primer plano de la situación política. El telón de fondo de esta polémica –que envuelve al gobierno, a sus opositores y a la Iglesia–, es pavoroso. En el último año, 400.000 obreros perdieron su trabajo. En relación con lo que viene, hasta los economistas que confían en una reactivación señalan que “lo peor para el mercado laboral aún está por llegar” (Informe económico de la Universidad Di Tella). Es que la recuperación capitalista plantea una feroz competencia entre pulpos, que éstos querrán dirimir en base a despidos y mayor superexplotación laboral. Como botón de muestra, está el ataque a los obreros de Kraft. Durante este mismo año, las paritarias fueron virtualmente anuladas y los salarios se ajustaron con “techos” ubicados por debajo de la inflación real.

Mientras tanto, hasta el Indec reconoce que, en medio de la crisis, los pocos empleos que se generan son precarios. Según esas mismas estadísticas, los trabajadores “no registrados”, que son la mitad de toda la clase obrera, ganan en promedio unos 1.500 pesos. ¡Pero la “canasta básica” (línea de pobreza) ¡ya supera los 1.600 pesos! No se equivoca, entonces, quien atribuye el crecimiento de la pobreza a la “pérdida o precarización de empleo, a la suba de precios y remuneraciones planchadas en el sector informal” (Agustín Salvia, director del Observatorio de Pobreza de la UCA e investigador del Conicet, en Fortunaweb del 20/9).

A la luz de lo anterior, es evidente que el avance de la miseria social es un resultado directo de la explotación capitalista y de la tendencia de ese régimen social a trasladar sus crisis sobre los trabajadores.

¿Asistencialismo? Ni eso

Ni el gobierno ni sus opositores capitalistas tienen una salida para este crecimiento capitalista de la pobreza. Saben, incluso, que están echando más nafta a la hoguera de la miseria social. Por caso, acaban de aprobar un presupuesto 2010 que reduce sustancialmente los subsidios al transporte y otros servicios públicos, lo que van a resarcir con mayores tarifazos. Pero para los Kirchner o los Carrió, la pobreza no sería el resultado del proceso capitalista que ellos mismos promueven –y que implica despidos, suspensiones y mayor carestía. Para ellos, la miseria social sólo afecta a los “excluídos” o marginados del sistema. En ese caso, la salida a la pobreza no plantea un ataque al capital, sino que depende del asistencialismo estatal. De este modo, las asignaciones por hijo –tan meneadas por la CTA, pero también por el Banco Mundial– han vuelto a la palestra.

Pero, ¿en qué consiste el asistencialismo de un gobierno que está por someter sus cuentas al control del FMI y se prepara a “reanudar relaciones” con el capital financiero internacional? Por lo pronto, el proyecto oficial ubica la asignación por hijo en 135 pesos. Para la consultora Ecolatina, la “canasta”, no de pobreza, sino de indigencia, ascendía en julio pasado a 260 pesos por persona. O sea que la caridad oficial apenas cubre la mitad del alimento de los menores que pretende amparar. El gobierno, por otra parte, se opone a la “universalidad” del subsidio, o sea que tampoco está claro a cuántos menores alcanzaría la asignación oficial.

Cristina Kirchner ha querido zafar por izquierda de los cuestionamientos opositores, señalando que prefiere abordar la pobreza “desde el trabajo y no desde la beneficencia”. De ese modo, reivindicó al régimen de contratación de cien mil trabajadores “cooperativizados” para la obra pública. La cifra coincide con los obreros de la construcción que perdieron su trabajo con la crisis y que, en el marco del plan oficial, volverían a los andamios sin convenio ni derechos laborales. En nombre de la creación de trabajo, la “política social” del kirchnerismo apunta a la destrucción del trabajo y sus conquistas. El ingreso precario de los cooperativistas pretenderá ser un nuevo piso para la contratación laboral de los capitalistas de la construcción. Mientras se llena la boca con “los niños”, el kirchnerismo agrava las condiciones de vida y de trabajo de sus padres trabajadores.

Carrió y Casaretto

En ese cuadro, la pastoral social y el “Acuerdo Cívico” de Carrió y Morales salieron a doblarle la apuesta a la mezquindad oficial. Propusieron que la asignación por hijo llegue a la “friolera” de 180 pesos y que sea universal. Pero a la hora de explicar de dónde saldrían los recursos, la Pastoral planteó que una parte podría financiarse con “los actuales planes Familias y Jefes y Jefas de Hogar” (Clarín, 20/9). En ese caso, la “asignación por hijo” serviría de pretexto para eliminar definitivamente a los actuales planes, que permanecen sin indexar desde hace ocho años. Para Carrió y Prat Gay, de todos modos, la “universalidad” iría más lejos: con el tiempo, piensan que podría sustituir a las actuales asignaciones familiares. O sea que el “subsidio universal” serviría de coartada para barrer con conquistas obreras, que pasarían a sumergirse en el rasero común del asistencialismo estatal.

La clase obrera, frente a la pobreza

Bajo la infame pantalla común de la niñez desamparada, oficialistas y opositores quieren disimular su apoyo a la escalada capitalista contra la clase obrera, que golpea los salarios, los convenios y el derecho al trabajo. En torno de esta ofensiva, la burocracia sindical ha cerrado filas con los capitalistas y con el gobierno. En la CTA, Yasky y Lozano deben estar celebrando como una victoria política la “instalación” mediática de la asignación universal por hijo. Ello, mientras miran para otro lado en Mahle, Paraná Metal, Kraft y cualquiera de las luchas donde estuvo en juego el derecho al trabajo de miles de familias obreras. Los burócratas pretenden encontrar en el asistencialismo estatal la excusa para no luchar. Pero la caja de ese Estado está hipotecada ante el capital financiero. Los capitalistas y el gobierno sólo abrirán la billetera de la “política social” cuando sirva para promover el empleo precario (cooperativas), liquidar conquistas obreras o subsidiar capitalistas, como ocurre con el Repro.

La lucha contra la pobreza pasa, en primer lugar, por prohibir los despidos, luchar por un salario que cubra el costo de la canasta familiar, que hoy no es inferior a los 4.400 pesos; por la reapertura de las paritarias; por un subsidio al desocupado que cubra el 82% de esa canasta familiar y una jubilación móvil que parta de ese mínimo. Construyamos, en todos los sindicatos, direcciones clasistas para luchar por ese programa.

Marcelo Ramal

LOS MARISCALES DE LA POBREZA


Un día, el cura, el banquero y la Presidenta coincidieron.

“Hay que ocuparse de los niños pobres”, dijeron los mismos que condenan a sus padres a despidos, a salarios bajos, a una carestía feroz.

Aunque todos desconfiaron, la limosna ni siquiera fue grande.

Cristina quiere arreglar a los hijos de los obreros desocupados con 135 pesos. Carrió y el obispo Casaretto se “estiraron” hasta 180.

Mientras tanto, las necesidades integrales de una familia obrera ¡superan los 4.000 pesos por mes!
Los campeones de la “asignación universal” anunciaron su receta: la “universalización” de la miseria.

Para entregar estas monedas, quieren echar mano de los actuales planes Jefes y de las asignaciones familiares.

No quieren poner un peso más de la caja del Estado, que tiene otra prioridad: el FMI, el Club de París, los tarifazos.

Pero en la lista de estos mariscales de la pobreza, se anotan otros.

Los Yasky y los Moyano también aplauden esta “asignación universal”, después de tolerar el despido de 400.000 compañeros en el último año.

El porvenir de nuestros hijos y nuestros puestos de trabajo no puede depender de ellos.

En oposición a la burocracia, un nuevo movimiento obrero exige su lugar.

Como en Kraft, en Paraná Metal, en Mahle y en todas las luchas de la clase obrera contra la crisis capitalista.

La miseria política de los Kirchner y sus opositores capitalistas no tiene salida.

La miseria social sí la tiene, en una lucha, una alternativa y un programa propio de los trabajadores.

Una nueva etapa después de Kraft



Como ningún otro acontecimiento, la huelga de la ex Terrabusi ha delatado la demolición política del gobierno kirchnerista.

En la represión a los obreros de Kraft, los “nacionales y populares” no sólo actuaron por cuenta y orden de la Embajada norteamericana. Peor aún: trataron de disimularlo de cualquier modo. Los voceros oficiales insisten en afirmar que “no recibieron ninguna presión” (de la embajada); claro está, a varios días después de haber consumado el desalojo “por encargo” de la planta. El gobierno no puede reconocer que perdió la capacidad de arbitrar en la crisis política, y que sólo es peloteado por las fuerzas sociales que actúan en ella.

Los palos del viernes 25 desnudaron la cobardía del gobierno, sin que ello les valiera a los Kirchner un solo gramo adicional de confianza por parte del imperialismo. Por el contrario, una columna periodística en Nueva York acaba de denunciar al matrimonio presidencial porque “el miedo les prohíbe actuar. No quiere cargar con muertos. Entonces el problema no se resuelve” (The Wall Street Journal, 28/9). Pero los Kirchner tuvieron que relevar, precisamente, a un gobierno que se había cargado a dos muertos en el Puente Pueyrredón. De cara a la crisis y a la radicalización popular, el imperialismo y la patronal argentina reclaman la “salida” que han fracasado, una y otra vez, en aplicar. La reciente derrota del tarifazo sobre la luz y el gas da cuenta de una impasse que no sólo es de los Kirchner, sino de todo el régimen político.

A pesar de ello, De Vido acaba de confirmar la reimplantación de ese tarifazo que debió suspender en julio. Quieren hacer correr los aumentos en medio de los menores consumos del verano, pero pueden terminar echando más leña al fuego de la agitación popular. Al gobierno ya no le salen bien ni sus operativos de cooptación: el plan de “trabajo cooperativo” (precario) anunciado por Cristina ha removido las aguas de todas las organizaciones de desocupados, incluyendo a las filokirchneristas, y se ha transformado en un factor de crisis y disputas al interior de las intendencias y punteros bonaerenses.

Burocracia sindical

Por sobre todas las cosas, la huelga de Kraft mostró el derrumbe oficial a través de uno de sus principales pilares: la burocracia sindical. El país entero venía de asistir al desfile de los Moyano, Zanola y otros involucrados en el negocio criminal de los medicamentos truchos. Ahora, la lucha de Kraft los ha mostrado como un sindicalismo vencido, incluso para jugar su histórico papel de freno. Los ataques permanentes de Moyano o de Daer a la huelga de Kraft ni siquiera rozaron la determinación de lucha de sus trabajadores. Más aún: cuanto más encarnizadas eran sus alcahueterías, más se redoblaba la solidaridad de la clase obrera combativa con los obreros de Kraft. Los viejos burócratas no pudieron con la huelga, tuvo que ir la infantería a hacerse cargo de ella. Súbitamente, los diarios se han dedicado a contarle las costillas a la misma “izquierda radicalizada” a la que silencian todo el año. Pero la nueva camada de activistas obreros no irrumpe en el vacío. Se abre paso, y es también un resultado, de la completa descomposición de la burocracia de los sindicatos. Ese ajuste de cuentas no deja afuera a la CTA, la central “independiente” que no resolvió una sola medida activa de apoyo a la gran expresión independiente y antiburocrática de Kraft en el curso de los 38 días de huelga.

Dos puntas tiene el camino

En definitiva, bastó con una firme huelga obrera para que la “iniciativa política”, que el gobierno decía haber recuperado con la ley de medios, se volatilizara. En realidad, la “iniciativa” también la perdió con la propia ley de medios. Lo que el Senado se apresta a votar es una solución de compromiso con Clarín y otros grupos mediáticos, que le otorgará un amplio margen de tiempo a los pulpos para negociar la venta de sus activos. La “iniciativa” parece derretirse, también, en las negociaciones con el FMI, el Club de París y los acreedores de la deuda que no fue refinanciada en 2005. La “apertura al crédito internacional” sólo se hará en las condiciones leoninas que reclaman los usureros.

Durante varios meses, la crisis social y política fue disimulada con los arreglos parlamentarios y en la ilusión oficial de recobrar una iniciativa de la mano de los acuerdos políticos, en particular con el centroizquierda. Pero las combinaciones parlamentarias no pueden dar cuenta de los despidos, la carestía, el aumento de la pobreza o los tarifazos. Por eso, el centro de la situación política ha vuelto a las calles.

La huelga de Kraft abrió una nueva etapa política, donde tendrá que dirimirse qué fuerzas sociales se harán cargo de la crisis que emerge con la descomposición del kirchnerismo. La disyuntiva que se abre después de Kraft es clara. Por un lado, está la jauría patronal que exige el arreglo inmediato con el capital financiero, los tarifazos y un “ordenamiento” de las relaciones laborales de la mano de la infantería. Por el otro, está la profunda corriente de lucha que ha emergido con Kraft, que exige poner en pie una alternativa propia de los trabajadores.

Marcelo Ramal

LA VOZ DE LAS FABRICAS



De pronto, los comunicadores oficiales que pregonaban el “progresismo” de la ley de medios se tuvieron que callar. En cuestión de minutos, el gobierno que defendían les explicó cuál es el “triple play” que mejor conoce: la santa unión de la patronal yanqui, la infantería y los burócratas sindicales, en contra de la clase obrera que lucha.

¿Dónde quedó el gobierno “enfrentado a los monopolios”? Actuando por cuenta y orden de la jefatura general de monopolios, o sea, de la Embajada yanqui.

La planta de la ex Terrabusi fue convertida en un campo de concentración, donde decenas de trabajadores fueron apaleados y privados, incluso, de su derecho a la defensa.

A fuerza de palos, Terrabusi volvió a trabajar. Pero Moyano-Daer, Aníbal Fernández y la Unión Industrial no tienen nada que festejar.

Es que la lucha de Kraft los desnudó de cabo a rabo.

Mostró que los “sindicalistas” oficiales sólo sirven para lucrar con medicamentos truchos. De la clase obrera, los separa un abismo.

Deschavó a un gobierno que, en su caída libre, sólo aspira a salvarse siguiendo el libreto de los usureros de la deuda o los monopolios que reclaman tarifazos.

¿Qué decir, finalmente, de los Lozano o Solanas, entretenidos en arreglos parlamentarios con el mismo gobierno que reprimía en Pacheco?

En oposición a todos ellos, la lucha de Kraft puso en las calles a una generación de jóvenes obreros, de estudiantes, de desocupados.

“Vayan a estudiar”, ladró la jauría de C5N. “No hay porvenir para nosotros en el país de los despidos”, le sacudió el presidente de la Fuba a todos ellos.

Pero la voz de la calle, que se hizo sentir por Kraft, llegó para quedarse. Así lo exigen los nuevos tarifazos, que el gobierno se empeña en aplicar. Y la distancia cada vez mayor entre los salarios y la carestía.

Por sobre todas las cosas, la lucha que ha ganado las fábricas, facultades, calles, rutas y autopistas exige que pongamos en pie una alternativa propia de los trabajadores.