HONDURAS

Una crisis continental

La sangre de los asesinados el domingo 5 – cuando entre 30.000 y 50.000 personas intentaron tomar el aeropuerto de Toncontín, en Tegucigalpa– ha aumentado la resistencia popular al golpe que, lejos de retroceder, no hace sino aumentar. Según advierte el analista de Clarín, Marcelo Cantelmi, “si no hay un acuerdo urgente, el desafío es que, si esto se extiende, crecerá la protesta y (Manuel) Zelaya regresará pero aupado por las multitudes y con un poder renovado, ignorando compromisos y compartiendo utilidades políticas con sus socios bolivarianos” (6/7).

Entretanto, el ejército sitia Tegucigalpa para impedir que ingresen en ella las decenas de miles de campesinos que llegan a la capital después de una marcha de hasta 600 kilómetros –a pie, en camiones o como fuese, eludiendo los puestos militares en las rutas del país. Esa movilización popular condiciona en parte cualquier salida “diplomática” a la crisis.

Por primera vez desde el golpe, se hacen visibles las fracturas en la “pequeña santa alianza” que tomó el poder en Honduras y se genera entre ellos “una trama de enredos, traiciones y conspiradores arrepentidos” (Clarín, 6/7). Quedan también a la vista las vacilaciones en los mandos policiales, que nunca acompañaron de buena gana el golpe de mano de militares, terratenientes y partidos tradicionales de derecha, todos ellos agrupados detrás de las sotanas del episcopado de Honduras.
Ahora aparecen legisladores del Partido Liberal, al cual pertenecía Zelaya, que denuncian “que ellos nunca votaron (la destitución del presidente) o que no fueron convocados. Ya hay al menos 18 que no reconocen al actual gobierno” (ídem).

Más aún: según esa misma edición de Clarín, la elite empresarial que respaldó el golpe empezaba a advertir “que la presión internacional sería insostenible y que quienes iban a pagar el pato de la boda serían ellos. Y que, al parecer, no estaban dispuestos a inmolarse con él (por el presidente de facto, Roberto Micheletti)”.

En ese sentido, la prensa informa sobre una reunión en casa del empresario Mario Rivero –a la cual asistieron Rafael Pineda, Jorge Hernández y Schucry Kafie, entre otros– para tomar distancia de los golpistas después de haberlos alentado. Con ellos estuvo el ex presidente Ricardo Maduro (2002-2006). Otro ex mandatario, el liberal Carlos Flores (1998-2002), se adhirió a ellos por teléfono desde los Estados Unidos, a donde había viajado para anudar la maniobra golpista en medios financieros y políticos norteamericanos. El frente golpista empieza a disgregarse.

Al mismo tiempo, sobre el asesinato de manifestantes en las inmediaciones de Toncontín, “la policía culpó al ejército de haber realizado los disparos” (ídem). No es de extrañar porque, durante su gobierno, Zelaya hizo innumerables concesiones a la fuerza policial.

Obama, los “halcones”, la OEA

“No se equivoca esta vez Hugo Chávez cuando advierte que este golpe no lo tuvo como blanco (a Chávez) sino que fue mucho más arriba, contra su colega norteamericano Barack Obama. Aquella visión que indaga en las raíces de esta crisis por afuera del escenario donde se está produciendo, revela una interna feroz en la cima del poder en EEUU” (Clarín, 4/7).

Debe tenerse en cuenta que las primeras denuncias contra Zelaya, las que empezaron a agitar las aguas del golpe, las formuló el cubano norteamericano Otto Reich, ex secretario adjunto para Latinoamérica de George W. Bush, uno de los “halcones” del Partido Republicano yanqui.

“Reich forma parte de un racimo de halcones lanzados, en la región, a evitar una apertura de EEUU hacia Cuba. Y a nivel global, bloquear la presión del demócrata (por Obama) sobre Israel, denunciar el retiro de Irak y desbaratar cualquier diálogo con Irán. El ex vicepresidente Dick Cheney es quien maneja esa agenda” (ídem).

Esto es: el golpe hondureño tiene en Honduras apenas el intento de dar la primera puntada de un entretejido muchísimo más vasto, consistente en agrupar a la extrema derecha de toda la región para barrer hasta los vestigios de los “boliviaranos”, con incidencia incluso en la política de Oriente Medio.
El lobby sionista norteamericano no sólo rechaza de plano el acercamiento de Chávez o Evo Morales a Irán; además, Israel tiene vínculos históricos y directos con las mafias centroamericanas que manejan el tráfico de drogas y el contrabando de armas. Oficiales israelíes, junto con los de la CIA y represores argentinos, entrenaron en técnicas contrainsurgentes, especialmente de tortura, a los ejércitos de El Salvador y Honduras durante la guerra en América Central. Se equivocará gravemente quien piense que aquello es sólo historia pasada. Además, la derecha norteamericana ha sido desplazada de la Casa Blanca pero no del Departamento de Defensa y menos aún de la central de inteligencia, además de mantener su poderío en el parlamento y, sobre todo, entre los pulpos financieros con oficinas centrales en Manhattan, donde, además, el lobby sionista tiene un peso enorme.

Por eso, la condena norteamericana ha sido por ahora menos que tibia, sin hacer efectiva sanción alguna salvo el no reconocimiento de los golpistas, como si esperaran el desgaste de la movilización para que fuera posible una salida negociada; por ejemplo, el adelanto de la convocatoria electoral prevista para noviembre. A Obama y a la OEA les resulta permisible una victoria indirecta o disimulada del golpismo, antes que el triunfo de la movilización popular.

Se ha abierto una crisis política de magnitud continental, por lo que se impone, como señalaba la edición anterior de Prensa Obrera, “impulsar movilizaciones populares y una movilización continental con la consigna del apoyo al levantamiento popular en Honduras”.

Alejandro Guerrero